Nunca sabes si acabas de contentar a los que te rodean habitualmente hasta que dan muestras de ello. No es tarea fácil ponerte en la piel de los demás y conseguir tus propósitos.
En la librería, mi pequeño escondite (ya os hablaré de esto) hay gente de todo tipo. Hallamos tanto personas que buscan un libro del cual nunca han oído hablar de él y creen haber escuchado en la radio; a personas que quieren escapar del día a día con un libro entretenido (esos que nos sacan carcajadas y permanecen en la mesita de noche años) o personas que sólo se pasan a ver el polvo inexistente. No olvidemos los que vamos porqué amamos leer y queremos seguir enriqueciéndonos de cultura, of course.
Cada persona es un mundo y poder interpretarla es otro tanto. En muchas ocasiones ves lectores un poco indecisos, y yo suelo fijarme en la dirección de la primera mirada, qué libro les llama la atención. A partir de eso, si es que recurren a mi, suelo darles uno u otro. También, y muy divertido, es cuando se presenta un cliente que mira hacia todas partes sin mirar nada (¿lo entendéis? ¿si?). En estos casos sucede que va la amiga de turno y recomienda un libro que ni se ha leído perjurando que es de lo mejorcito. En fin, un caso.
Cuando un día decides ponerte a pensar qué libro podrías regalarle a alguno de tus amigos y al presentarse eligen exactamente aquellos que tus habías pensado, un sentimiento (no se exactamente si es un sentimiento, una emoción o algo que haya sido definido alguna vez o escrito en el diccionario) en forma de alegría corroe por el cuerpo desando convertirse en una sonrisa. (Podríamos poner el ejemplo del regalo de cumpleaños, no? Cuando ya has recorrido Inditex entero y decides decantarte por alguna de aquellas prendas perfectamente colocadas en el escaparate, y gusta al destinatario, ¿una sensación de alivio mezclado con unos polvos de alegría no surgen en vuestros intestinos llenos de tarta de cumpleaños, o "vodka - lima" en el hígado hoy en día...?)
Pues eso le pasa a "un menda", como dice Belén Esteban. El reloj ya pesa en la muñeca, oigo las risas de "el público de Aída" (¿de verdad hay gente que siempre ríe igual?), las lentillas quieren saltar como ranas y el estómago reclama su paga (ojalá todo fuera tan fácil como comer para "pagar").
Le deseo suerte en la vida a Julia ("sense accent!", como dice ella) y doy las gracias a George por resurgir en mis mensajes de Facebook en forma de alago. Un abrazo a ambos!
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